Fueron documentadas por primera vez en 1911 por el geólogo australiano Thomas Griffith Taylor durante una expedición dirigida por Robert Falcon Scott, aunque no ha sido hasta casi un siglo después cuando se ha sabido más sobre ellas gracias al uso de técnicas de radar por satélite y perforación subglacial. Nos referimos a las cascadas de sangre del glaciar Taylor de la Antártida, cuya longitud es de 54 km aproximadamente.
Las llamadas ‘cataratas de sangre’ son un fenómeno muy poco usual que consiste en un torrente de agua de color rojo que brota del hielo y cuyo color es tan intenso que parece sangre. Cuando el agua pasa lentamente por las fisuras del hielo, arrastra minerales oxidados, sobre todo hierro ferroso, que es el que le confiere ese color rojo intenso, que impacta al que lo ve por primera vez.
Aunque son muy pocos los que han tenido acceso a semejante espectáculo, ya que el acceso a los Valles Secos es muy complicado, ya que es uno de los lugares más áridos y fríos del planeta, al que solo científicos muy especializados han podido llegar.
La salida de uno de estos ríos a la superficie del hielo da como origen la “Catarata de Sangre”.
En el Valle Seco de McMurdo, una cascada de 18 m de color carmesí brillante se derrama desde el glaciar Taylor hacia el lago Bony.
Como sangre que brota de una herida en el hielo. pic.twitter.com/3hFms4DNG3
— Universo Recóndito (@UnvrsoRecondito) September 7, 2024
Fue un estudio de la Universidad de Alaska Fairbanks y Colorado College el que demostró que bajo la superficie del glaciar Taylor hay una reserva de agua hipersalina atrapada allí desde hace un millón de años aproximadamente.
Sin embargo, el fenómeno ocurre solo en esa zona del glaciar y no en otras que también contienen agua subterránea. Algo que, según algunas investigaciones recientes, se debe a «la combinación de presiones internas, la salinidad extrema y microecosistemas bacterianos que sobreviven sin luz ni oxígeno podrían estar modulando el flujo y la composición química del agua», explican desde El Español.
Precisamente el estudio de esos microorganismos que viven en estas aguas saladas sin contacto con el exterior desde hace tanto tiempo podría ser clave para la astrobiología.
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